Cátedra Giordano de Doberti | Morfología

La cátedra

Nada más funcional a la ideología del poder que el concepto de universalidad abstracta, sea en el diseño, el arte, la política, la teoría.

Particularmente, en la arquitectura y el diseño la palabra función ha adquirido una relevancia superlativa. El caso es que a partir de esta relevancia se ubica a la noción de función en el inicio de los procesos proyectuales, se la entiende como condicionante sustancial en las distintas etapas de elaboraciones de los mismos, y también se ejerce la crítica de los productos resultantes, desde esa sesgada visión.

Recordemos que la noción de función tiene uno de sus anclajes más potentes en la “Carta de Atenas”, documento elaborado en el IV CIAM. Es allí donde se dice que: “las claves del urbanismo se contienen en las cuatro funciones siguientes: habitar, trabajar, recrearse (en las horas libres), circular”.

Vamos a desentrañar cual es el supuesto básico que subyace a esta propuesta. Función: del latín functio y de ahí funtio-onis, que significa cumplimiento, ejecución de algo, especialmente como pago de un tributo. Tomado literalmente se puede entender que ésta es la respuesta propia de los mecanismos, y con ello rápidamente nos situamos en un campo donde reina el estricto utilitarismo.

En tal sentido se estarían considerando las conductas de los seres humanos desde lógicas exclusivamente mecánicas. Por derivación, toda producción en el campo de la arquitectura está obligada a dar respuestas en términos dimensionales y de confortabilidad fisiológica. En otras palabras, se trataría solo de disponer los locales de forma “razonable” para que cumplan con lo “necesario”.

Sin embargo, es la condición humana la que rompe con la lineal condición funcional de sus actividades, este rasgo –hacer cosas que no atienden a una inmediata utilidad- establece una de las más rotundas diferencias con la vida animal.

El punto clave, el más decisivo para impugnar aquella visión estrecha que se impone al habitar, es la repertorización en las cuatro funciones aludidas, a la que la ciudad debería dar respuesta.

En cada campo podemos señalar hitos ideológicos que las operan: así el habitar está exclusivamente ligado con lo doméstico, adoptando una idea de vida doméstica que se sustenta en el modelo de la familia de la pequeña burguesía de los países centrales. La funcionalidad del trabajar se ancla en promover la máxima productividad, el taylorismo sería la formulación técnica más específica de esta noción. El circular se orienta a la velocidad y la reducción de tiempos. Por último la recreación, como se puntualiza “en los ratos libres” para no alentar tentaciones atentatorias al orden establecido, solo puede significar recuperación sanitaria para el reingreso al aparato productivo.

Una última cuestión; de función se derivan directamente “funcional y funcionar”. Reiteremos la relación, casi identificación, con “mecanizar”. La asimilación con los mecanismos es aplicable tanto a las construcciones como a las personas.

Por otro lado, nada más perversamente aséptico como lo meramente funcional. En tal sentido, el ejemplo más claro es la música funcional. En ella los sonidos que se escuchan se anonadan en la irrelevancia. Lo que queda claro es que se borran todos los factores que favorecen la sensibilidad crítica, para asegurar una mera homogeneidad confortable. Esta degradación del sentido de la música se ha trasladado también a una arquitectura igualmente anodina.

Frente a esta dominación de la función utilitarista, planteamos un cambio drástico de paradigma. Un cambio que se funda en la reformulación de la idea misma de habitar. Entendemos al habitar como la gran macro-práctica que conlleva lo propio de lo humano, que no admite reduccionismos mecanicistas. Habitar ahora es una codificación social que ejercemos en todos los momentos y en todos los lugares. Seamos contundentes: dejamos de habitar cuando morimos.

Se trata de la superación desde la base misma de la versión del CIAM, versión que limita el habitar a la vida doméstica, reduciendo su omnipresente lógica social.

Por otro lado, el uso cotidiano del término función, más específicamente el uso que suele dársele en el ejercicio de la proyectualidad, desaloja al sujeto históricamente situado para sustituirlo por un usuario también universalizado, con requerimientos estandarizados.

La consecuencia que de ahí se deriva, es la naturalización de las funciones ideológicamente legitimadas. Cuando impera la naturalidad, los enunciados se engrampan de tal manera que suponen que las cosas son así y no cabe la posibilidad de modificaciones. Digamos que son también “funcionales” a la ideología dominante.

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